miércoles, noviembre 10, 2010

En la cantina



UNA GORDA. Una gorda. Necesitaba una gorda. No para hacerla tamales, tampoco para hacerla llorar. Necesitaba una gorda para hacerle el amor.

Había oído miles de historias en la cantina. Leyendas, apariciones, relatos fantásticos. Me fascinaba en especial el mito que privilegia a los que se acuestan con una gorda. La grasa les había devuelto la fe en el amor. A la mujer pasada de peso se le atribuyen proezas y propiedades sexuales que no poseen las otras miembros del gremio. Ante la desventaja estética que la gordura supone, las chonchitas desarrollan habilidades que compensen su falta de cuidado, su exceso de redondez.

Yo no podía saber si todo eso era verdad. No me había acostado con una gorda. Yo soy gordo, pero los obesos no gozamos de la misma fama. Somos pésimos amantes. Eso dicen en la cantina. Tampoco sé si sea cierto. Nunca he tenido sexo con uno.

Nunca me había acostado con una gorda y no por discriminación. Las flaquitas eran mi delirio. Los huesitos forraos. Con sus patitas de pollo con gripe aviar. Eran mi perdición por una sólo cosa: salían baratas. Una mujer que bebe más que tú te llevará a la quiebra. Me lo aconsejaron en la cantina. Siempre que oía en la calle un piropo del tipo entre más carne, mas pecado, yo me ponía a pensar en números.

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Ellos las prefieren Gordas - Carlos Velázquez.



Fat bottomed girls you make the rockin' world go round.

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